Los últimos segundos de la vida de Walter Scott los conoce ya todo el mundo. Vivía en el estado de Carolina del Sur y ni era una persona violenta, ni estaba vinculada con el crimen local. Era un ciudadano normal al que la crisis le había dejado en una situación comprometida. Tan comprometida que había dejado de pagar la pensión alimenticia de sus hijos. La deuda era de unos 18.000 euros y su mayor miedo era ingresar de nuevo en prisión por esa cantidad.