La ciudad madrileña despertaba con una alegría inusual. Los cielos despejados y la temperatura primaveral eran lo único que faltaba para convertir la señalada fecha en uno de los mejores días del año. Ya a primera hora de la mañana las calles adoquinadas de la pequeña urbe bullían con personas de todas las edades vestidas con ropa deportiva. La Fundación Pequeño Deseo marcaba el ritmo: era el momento de caminar por quienes no pueden hacerlo.
A las once de la mañana todos los participantes estaban a la puerta del colegio Nuestra Señora del Val. Los corredores estaban preparados, cada uno con su dorsal, que debían solicitar previamente al ANPA de la escuela. El recorrido consistió en 3 kilómetros alrededor del barrio de Val, como ya es tradición desde haca ya tres años.
En teoría, el trayecto debe durar unos 37 minutos, pero esto no es la San Silvestre vallecana y para nada importa ganar. Quizás la única motivación para acabar cuánto antes el recorrido fue la paella que se sirvió a la comida, solo los más rápidos pudieron catarla. Además del manjar valenciano, a los corredores se les obsequió con una bolsa del certamen, fruta y bebida.
A partir de las doce, el patio de Nuestra Señora del Val se convirtió en una verdadera fiesta, no hay mejor forma de reivindicar algo que pasándoselo bien. Hubo batucada, un pequeño concierto de rock y, para los que se quedaron con las ganas de hacer más deporte, una clase de zumba. Más tarde se hicieron rifas y sorteos de juguetes. Los más aventureros se apuntaron a un picnic en la hierba.
Lo importante no era ganar: no había competición. Consistía en pasarlo bien y colaborar con la Fundación Pequeño Deseo en su desinteresada labor de dar ánimo y fuerzas a quien más lo necesita. Un acertado plan: por los dos euros que vale la inscripción se hizo deporte, se comió, se pasó bien y se ayudó a quien más lo necesita. No existen excusas para faltar el año que viene.