Los utilizamos para lavar nuestros platos, vasos y cubiertos. Pasan desapercibidos, muchas veces están bastante sucios y, cuando nos damos cuenta, están rotos e inservibles, y los tiramos.
Pero en estos cuerpos esponjosos de la cocina también habitan unos seres peculiares que pueden interactuar con la comida y nuestras manos: los microorganismos patógenos. Por eso hay que desinfectarlos a menudos, para no tener una peculiar junta de propietarios con estos vecinos diminutos.