La ciencia, como es de conocimiento común, se está llevando uno de los varapalos más trágicos de todos los que se está llevando el país desde que atacó la temida crisis. Pero aún queda un resquicio de esperanza. Esa leve esperanza, si se la puede calificar como tal, no va a venir de la mano de las grandes empresas, promovidas por intereses meramente económicos; ni por las universidades, con mucha más voluntad que medios, sino más bien debe provenir del propio ciudadano: es el ciudadano quién tiene la oportunidad de devolver la esperanza a la ciencia.