Pasamos un día de ruta, caminando por las calles de la capital y visitando cada cachito que nos ha dejado Antonio Lamela, cachitos de él mismo.
Comenzamos la andadura desde Plaza España con una de sus primeras creaciones. Bajando por la Calle Princesa te topas con el Hotel Meliá que tantas personas y eventos ha acogido. Hotel con personalidad tímida, escondido tras los árboles del paseo y con la entrada casi secreta imposible de reconocer como suya. Las apariencias engañan, si miras hacia arriba verás su majestuoso cartel y podrás ver que su altura se rige por encima de los demás edificios de su alrededor.
Andando calle arriba llegas a Moncloa y tras unos edificios te saluda el Conjunto Galaxia. Zona residencial y comercial que debe su nombre a la cafetería donde se reunieron los golpistas del famoso 23-F. Envejecido por los años y primo hermano del hotel anterior. El material de la fachada posee el mismo color y características en ambas edificaciones.
Cogiendo el transporte público por excelencia de la capital, el metro, en una media hora llegas al Estadio Santiago Bernabéu. Al salir del subsuelo tienes el templo blanco bajo tus pies o, mejor dicho, tú a los pies de él. Reinando en el paseo de la Castellana fue remodelado por otro rey de la arquitectura, el socio 59 del Real Madrid, Lamela. Ampliación y reforma conseguida, con un toque de modernidad en su tiempo por el uso del color del hierro asociado a la tecnología y la innovación. El gran gigante en la actualidad se está quedando anticuado y, aunque la reforma prevista recubriría la obra de Antonio Lamela, necesita un lavado de cara.
Siguiendo por una de las arterias principales de Madrid, en el número 31, se encuentra el edificio pirámide. Aunque llamado así, la parte superior no refleja la forma egipcia. Un edificio singular pero oculto que capta la mirada de algunos curiosos.
Como punto de inflexión entre el Paseo de la Castellana y el de Recoletos tenemos las imperantes Torres de Colón. Torres en plural, pero desde la perspectiva de la Plaza de Colón parece que sólo hay una. Dos en una, se acompañan y combinan a la perfección con su ubicación. Cuando las miras desde la fuente de enfrente imponen y cuando te alejas no te dejan de mirar.
Acabamos en la Terminal T-4 del Aeropuerto madrileño, obra de nuestro protagonista junto a Richard Rogers. Aunque llegues para irte o te vayas para volver, esta terminal no te dejará indiferente. Un mar de hierro de color con olas metalizadas se expande por toda la superficie. La modernidad unida a la sencillez, y la amplitud se impone para amenizar las largas esperas entre maletas.
Aquí ponemos fin a la ruta. En el aeropuerto, lugar de despedidas. Y con ésta, una de tantas. Aquí despedimos a alguien que se ha ido, pero siempre se quedará en Madrid. Aquí acaba el recorrido por Antonio Lamela.